El
impresionismo musical se desarrolla 30 años después del inicio de esta
corriente en la pintura, de 1890 a 1920, y se considera que sucedió al
romanticismo tardío. Esta tendencia estilística está profundamente
relacionada con Claude Debussy, quien se negaba a que su música fuera
llamada impresionista, aunque la característica de su obra de crear una
atmósfera con base en ciertos efectos la asocia con los principios de la
pintura impresionista.
Por lo general, la música impresionista manifiesta un estado
momentáneo y sus rasgos característicos son: la ampliación de la
tonalidad mediante la utilización de otras escalas diferentes de las de
la tonalidad mayor-menor; la descomposición de las sonoridades en el
mayor número de colores específicos por medio de la consideración de los
sonidos armónicos, y el perfecto acoplamiento de la armonía y la
melodía. La música folclórica europea, sobre todo la española, la de las
culturas musicales exóticas, especialmente de Asia oriental, y la
música perteneciente al romanticismo tardío tuvieron gran influencia en
la música impresionista.
Los principales representantes del impresionismo francés fueron
Claude Debussy y Maurice Ravel; éste último manifiesta en sus obras una
predilección por las formas musicales clásicas. Otros compositores
influidos por el impresionismo fueron MacDowell, en E U, F. Delius y C.
Scott, en Inglaterra, M. De Falla, en España, O. Respighi, en Italia, K.
Szymanovski, en Polonia y F. Schrecker y M. Reger, en Alemania.
Sin duda es Claude Debussy, quien al expresar en sonidos toda una
gama de sensaciones e imágenes, resulta el representante más importante
del impresionismo musical. Es él quien desarrolló mediante la sonoridad
de su obra la posibilidad de escuchar los colores y contemplar los
sonidos, es decir, fue capaz de expresar en sonidos una gama de imágenes
que fueron desde el escuchar perfumes hasta poder escuchar una
arquitectura en su La catedral sumergida; escuchar paisajes marinos en
su obra La mar, hasta imaginar los fuegos de artificios en su Fuegos de
artificio.
El escritor Mauricio Maeterlinck escribió Pelleas y Melisanda, obra
estrenada en 1892, con el fin de unir un mundo material y un mundo
imaginario. En ella Maeterlinck explora hasta sus últimas consecuencias
las profundidades del alma. Los sucesos triviales se desarrollan en su
obra hasta llegar a la esencia más honda de la vida. En su drama el mar,
la selva, la fuente y el abismo son los personajes. El diálogo entre
los éstos es apenas audible y la trama parece desarrollarse fuera del
tiempo y del espacio, de tal suerte que sólo la imaginación de los
espectadores pueden orientar el desarrollo escénico. Por supuesto esta
obra, después del realismo de Zolá e Ibsen, desconcertó profundamente a
los espectadores, sin embargo Maeterlinck pudo encontrar la
participación de Debussy, quien vistió a la obra, y su importancia fue
decisiva para darle continuidad. Debussy fue capaz de hacer cantar al
mar, a las fuentes, a un estanque, a las aguas de un patio. El curso de
la vida de Melisanda es expresado por esta agua y Debussy representa su
desarrollo con extrema viveza y perfección.
El momento culminante de la batalla impresionista en música se
produce el 28 de abril de 1902, cuando Debussy convierte el Pelleas y
Melisanda en ópera. Surge una verdadera lucha durante los primeros siete
días de su representación. Los jóvenes sostienen a sangre y fuego esta
obra cumbre del impresionismo musical, ferozmente satirizada por la
prensa humorística y por los tradicionalistas, que llaman a estos
fanáticos los pélléastres. Sin embargo, el genio melódico de Debussy se
afirma y, años más tarde, su influencia es casi abrumadora en la música
occidental. Contra ella reaccionaría el excelente músico Eric Satie, que
fue el primero en atacar, sarcásticamente, el debussianismo.
http://www.youtube.com/watch?v=nsUVHwzMd3w
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